¡Ya sé Kung-Fú!

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El cine de «Sanin» estaba en el barrio de San Ignacio, a unos 15 minutos andando desde casa. Se llegaba fácilmente, había que atravesar las vías del tren, y poco más. Cruzando las vías se accede al barrio de Santa Margarita, y a continuación, San Ignacio, que se caracterizaba por su «gran» centro comercial, todo exterior. Bares como «El Cristal» o «El Foro» aún ambos en activo, el centro de estudios «Plus Ultra», «la juguetería», el gimnasio «Nagasaki» -especializado en artes marciales- y el cine de Sanin. La cola del cine, en fin de semana y con buena cartelera podía llegar hasta «Mónaco», una tienda de modas, situada a la otra punta del centro comercial.

En la fachada, la cartelera anunciaba las dos películas de la tarde, pero también los próximos estrenos, con un gran «Próximamente…», momento desde el cual contábamos con gran ilusión los días hasta el estreno. Tras atravesar primero unas puertas de cristal, que daban acceso al hall y al bar, se encontraban las puertas de acceso a una única sala. Grandes puertas marrones forradas en piel -según recuerdo- y con grandes cuarterones, estratégicamente situadas, daban acceso a la sala. Una vez dentro, te sentabas «donde querías». Recuerdo filas de butacas de color anaranjado de tacto suave, de esas que hay que «bajar» el asiento y luego se sube automáticamente al levantarte (dándote un susto «que pa qué», o eso me parece a mí).

Una vez sentados, teníamos unas cuatro horas de diversión por delante, tal vez algo más, porque entre peli y peli, había un descanso de unos 15 minutos, en el que la gran pantalla anunciaba «Visite Nuestro Bar«.

Mis películas favoritas por aquel entonces, eran las de artes marciales, sobre todo las protagonizadas por Bruce Lee, el maestro de Kung-Fú.

Salir del cine trás ver una película de Bruce Lee, era como salir recién graduado en artes marciales, de la escuela de artes marciales de Bruce Lee, claro: caras, gestos, patadas al aire por allí, otro haciendo «la cobra» por allá … o incluso dos enfrentados en posición de combate. Risas, y tiempo también para algunas reflexiones “cuando llegue a casa le digo a mi madre que me apunte a kung-fú”.

Si esto no era posible –que normalmente no lo era, porque se suponía algo pasajero o simplemente no había dinero para «kung-fus», mientras duraba la moda o la ventolera o lo que fuera, más de uno se construía sus propios “luchacos” –los llamábamos- Consistia en dos trozos de palo de escoba del mismo tamaño, ambos con una alcayata en uno de los extremos, y unidos por una cadena. Esta era la versión casera, réplica de los originales nuncha-kus. Para Bruce Lee, era un arma imprescindible, así como para cualquier discípulo aventajado del maestro.

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