
Septiembre del 2000: Lo dije en voz alta. «Hay una batalla dentro de mí». Soy consciente de que él no había preguntado nada. Noté, en su cara sorpresa, y en sus ojos, una mezcla entre miedo y duda: quedarse o salir corriendo. No le resultaba una situación fácil, y no le culpo. Durante esos días yo tampoco estaba para muchas preguntas. Habían pasado pocas semanas desde el accidente, y en mi cabeza, día y noche, se libraba una incesante batalla. Estaba agotado, y sin embargo, no estaba dispuesto a bajar la guardia. Eso sería como abandonar mis tropas a su propia suerte.
Tenía que resistir, no quedaba otra. Solo podía confiar en mis propias fuerzas y recursos, si bien tenía la seguridad de que había «otros recursos» en mí hasta ahora desconocidos, que eran los que realmente me sostenían.
Me sigue impactando profundamente, recordar como una mirada cómplice, una «palmadita en la espalda», un susurro («tranquilo»), o un gesto a tiempo, pudieron proporcionarme tanto alivio. ¡Cómo me ayudaron en momentos tan sensibles! Me sentía muy frágil, y aún esperanzado, porque aunque amanecía cada mañana muerto de miedo, aún era capaz de levantarme. Pero eso ya es otra historia…
Si te apetece, te cuento una de las historias que a mí me ayudaron a librar mi particular batalla:
Un joven Cherokee corre hacia su abuelo. Acaban de cometer una injusticia hacia él y está lleno de ira y enfado. Sentado a la orilla del río, está el abuelo -un viejo guerrero- quien le dice así: – deja que te cuente una historia…
– Yo también a veces he sentido un gran odio por los que han tomado tanto sin ningún pesar por lo que hacen. Pero el odio te desgasta, y no le hace daño a tu enemigo. Es como tomar tú el veneno deseando que tu enemigo muera. He luchado contra estos sentimientos muchas veces. Es como si tuviera dos lobos dentro de mí.
Dentro de cada uno de nosotros está ocurriendo una pelea, una pelea terrible entre esos dos lobos y la misma pelea está ocurriendo dentro de ti también. Uno es blanco y el otro es negro. Uno está lleno de rabia y lucha contra todos incesantemente. Es la ira, la envidia, la tristeza, el pesar, la avaricia, la arrogancia, la autocompasión, la culpa, el resentimiento, el sentimiento de inferioridad, la mentira, el falso orgullo, la superioridad y el ego.
El otro lobo es bueno y no hace ningún daño a nadie. Vive en armonía con todo lo que le rodea y no se ofende cuando no hubo intención de ofensa. Es la alegría, la paz, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la bondad, la benevolencia, la empatía, la generosidad, la verdad, la compasión y la Fé. A veces es difícil vivir con estos dos lobos dentro de mí, pues los dos tratan de dominar mi espíritu.
Tras meditarlo un minuto, el muchacho preguntó:
-«¿Qué lobo ganará, abuelo?»
-«Aquél al que tú alimentes», respondió.

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