¡Buah chaval! … ¿te imaginas?

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«¡Buah chaval!… ¿te imaginas?» Estas palabras me traen recuerdos de mi infancia. Ilusión, sueños por cumplir y largas tardes entre amigos.

Solíamos reunirnos en un banco del parque. De vez en cuando, uno tenía una idea «bestial» y entonces la lanzaba así, ¡de sopetón!, como si acabara de tener una visión premonitoria… «¡Buah chaval! tener tu propia máquina de marcianitos en casa… ¿te imaginas?» Claro, eran los años 80, y por aquel entonces nada de nintendo, wii, playstation, ni nada parecido… pero sí en nuestra imaginación, donde todo era posible. Allí podíamos tener la máquina de las máquinas: Space Invaders, «la máquina de los marcianitos», idéntica a la del bar. Pero en casa.

«El iluminado» ya había captado la atención del grupo con las palabras mágicas, «¡buah chaval!». Incluso se ponía de pie si estábamos sentados. Y entonces daba rienda suelta a «la visión», con todo tipo de detalles: «!Buah chaval!, si yo tuviera esta máquina en mi casa…». En su mente era todo ¡tan real! Mi amigo, «el iluminati», describía perfectamente su habitación, y dónde pondría la máquina de los Space Invaders, a veces le pillábamos incluso, con los ojos cerrados, «para ver mejor», decía… Bueno, por supuesto, no haría falta echar monedas, por lo que las horas de diversión estaban aseguradas. Risas y más risas, pero también momentos de tensión, porque la idea era ganar a los marcianos, es decir, no permitir de ninguna manera la invasión del planeta Tierra, y eso es una cosa muy seria. A cualquier edad.

Se abría un pequeño rifi-rafe durante unos minutos, o «lluvia de ideas» como decimos ahora. Todos aportábamos ilusión al tema, incrementando exponencialmente la propuesta original: cada uno tuneaba la idea a su manera, personalizándola a su favor «la máquina tendría no sé cuantas opciones más: modo juego nocturno, sonido envolvente, pantallas extra, sorpresas finales de película… Y todo hacía aún más increíble la experiencia». Entre risas, bromas y no bromas, la ilusión era tal que la visión ya era colectiva.

Veíamos a los marcianitos en la pantalla desplazarse, cada vez una línea más abajo, y nuestras naves disparaban lentas por más que pulsábamos el botón de fuego. «Habrá que poner un láser más potente, bueno… si se llega a los 10.000 puntos». Se oía ya en nuestras cabezas el sonido silbante y profundo del láser, como un sable samurai cortando el viento. Podíamos escuchar ya también los vítores de todos nosotros al ganar la partida, y unas notas musicales finales en plan «nos rendimos terrícolas, sois los mejores» que darían lugar a una última escena, elemento sorpresa incluido, en plan escena final de «La Guerra de las Galaxias», como reconocimiento a una gran labor por la humanidad.

Y tal vez, luego otro «¡Buah chaval!, ¿te imaginas?» captaría nuestra atención, entregándonos en cuerpo y alma a la nueva propuesta, al tiempo que se desvaneciera poco a poco la loca idea de «el salón recreativo en el salón de tu propia casa» de nuestros pensamientos.

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